
Al unísono, más de 20 mil paisanitos (que no paisanos chapanecos sino poblanitos), entonaron el "japi berdei tu yu" al candidato del pueblo, al hijo pródigo, al delfín, al señalado por el dedo del señor.
Y me cae que el Country fue insuficiente para las hordas de simpatizantes, amigos, familiares, acarreados, serviles, colaboradores, lamebotas, limpiaplatos, traga-de-a-gratis; todos ellos vistiendo sus mejores prendas, trayendo sui generis regalos, buscando un lugarcito donde sentarse para hincarle el diente a un mixiote y arroz servidos en platos desechables, para ver si alcanzaban un vasito de refresco, un pedazo de pastel, o una mirada apenas acertiva del cumpleañero, para que de inmediato presumieran con los más cercanos: "me miró, se acuerda de mí, ya chingué".
En el estrado, los múltiples de oradores se desvivieron en elogios para el candidatazo, no lo bajaron de "el más grande", "el más brillante", "mí héroe, chinagos"; mientras abajo, las porras no se hacían esperar, las pancartas corrían de mano en mano, sudorosas, muy manoseadas.
Desde hace muchos años, la celebración de una fiesta de cumpleaños de algún político se ha convertido en un "vodevil" para medir músculo y demostrar pegue entre la populachada. Ya nadie hace respetar sus festejos intimos personales, y luego se enojan cuando su vida privada es ventilada en los medios.
Claro, esta comida de cumpleaños, la del deflín, no podría haber sido menos: Es el ungido, el elegido, el seleccionado... el candidato del Señor y, por ende, el candidato de todos los tricolores, pesele a quien le pese.
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